Envuelta en la oscuridad – Karla Hernández Jiménez



Karla Hernández Jiménez

“Son los celos un monstruo engendrado y nacido de sí mismo”

Otelo, William Shakespeare

Dee llevaba varios días sintiendo un frío extremo que le rasgaba la piel hasta el punto de dejarla exhausta. Todas las mañanas se despertaba cubierta de una capa de sudor frío que no la abandonaba mientras trataba de prepararse para ir a su trabajo del otro lado de la ciudad.

Cada vez le era más difícil ocultar con maquillaje las huellas que O. dejaba en su piel, como los rastros del camino a una escena criminal. Él siempre le decía que era por su bien, que solamente así ella y los demás podrían entender la profundidad del amor que sentía por ella, para que nadie más la mirara con los mismos ojos que él le dedicaba cada noche mientras la obligaba a permanecer despierta casi toda la noche escuchando sus historias aburridas. No servía de nada decirlo, de todas formas O. nunca la escuchaba, siempre estaba muy ocupado hablando sobre él mismo o interrumpiendo sus quejas con un beso violento que terminaba con ella en cama con un golpe nuevo para agregar al ramo de cardenales que se le había formado en el lado izquierdo de su cara.

— No es nada, Dee, lo hago porque en verdad me preocupa tu comportamiento poco femenino — le decía él mientras depositaba besos en las heridas que él mismo había infligido —. Hace días que no eres la misma.

Ella estaba consciente de lo que implicaba ser golpeada casi todas las noches debido a los caprichos de su pareja, sabía que una sola llamada podría servir para evitar que continuara sucediendo, pero esos impulsos morían cuando recordaba el modo en el que había sido criada, cuando venían a su mente todas las enseñanzas que le habían inculcado su madre y su abuela a lo largo de su infancia.

Ya había desafiado los designios de su familia cuando se enamoró de O. Ahora más que nunca podía recordar hasta el más mínimo detalle del día en que se encontró con ese chico errante que, a la luz de una farola descompuesta de un barrio marginal, le prometió que su único propósito consistiría en hacerla feliz por el resto de su vida.

Dee había creído en aquellas palabras, en verdad se sintió amada los primeros meses que estuvo junto a O. pintando las paredes de su barraca de color rosa pastel mientras las noches no les alcanzaban para descubrir los secretos más íntimos enterrados en el cuerpo del otro.

En aquellos tiempos todo era alegría, pero ahora escapar para volver con su familia parecía algo imposible, ¿quién la querría de vuelta en las circunstancias en las que se había metido ella sola?

No, ya la habían desechado de sus vidas como un miembro de la familia. No podía volver para encararse con ellos y reconocer que habían tenido razón todo el tiempo que le dijeron que si se iba la vida no sería de color de rosa, como ingenuamente creyó. Ahora lo sabía, sabía que debería trabajar si quería tener comida caliente en su estómago cada mañana, ya que el amor que recibió no contaba como un nutriente.

Hacía mucho tiempo que el nuevo milenio había llegado, pero la emoción por un futuro brillante ya se había desvanecido de las caras de todos los habitantes de la ciudad, ahora solo quedaba la perpetuidad del vacío. Aun así, muchos otros seguían celebrando la llegada de un nuevo año y en el supermercado donde trabajaba Dee no fue una excepción. La comida y el alcohol se iban repartiendo de forma generosa conforme daba la medianoche.

Ella hubiera preferido volver a casa temprano, pero sus compañeras insistieron para que se quedara un rato, ya que siempre rehuía las fiestas o las reuniones sociales, que era justo que se divirtiera un rato luego de estar todo el tiempo yendo directamente a casa.

Mientras se llevaba a los labios un poco de cerveza, se dio cuenta de que unos ojos no dejaban de observarla a los lejos al otro lado de la sala de reuniones de la empresa. Primero pensó que aquella persona se estaba confundiendo, pero al ver con más atención, pudo reconocer a C. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que coincidieron en las viejas fiestas que organizaban en el club social al que pertenecían sus familias. Apenas se parecía al muchacho escuálido de sus recuerdos con aquel traje tan elegante, aunque al parecer él no había tenido problemas para reconocerla.

En verdad, parecía demasiado tiempo, pero la charla fluyó como si los años no hubieran pasado. Él le rogaba con la mirada que volvieran a ser los mismos de antes, pero ella sabía que esa posibilidad estaba fuera de su alcance. Dee se contentó con darle un abrazo sencillo mientras se despedía de él antes de volver a su pequeña casa. Había sido demasiado rápido.

Había estado tan absorta que casi olvidó que muchos conocidos de O. trabajaban en la misma empresa, que la habían visto con C. hablando en el patio en una actitud muy sospechosa. Las imágenes ya se estaban apilando en el celular barato que nunca abandonaba.

Dee trató de explicarlo todo, quiso decirle a O. que no había ocurrido nada, que solo había sido una charla sobre temas del pasado que ahora ya no tenían la menor importancia, pero ya era demasiado tarde. Las manos que la habían acariciado y golpeado desde hacía bastante tiempo ahora se cerraban en torno a su garganta. Luchó por respirar y librarse de aquel agarre, pateó y arañó, pero pronto no hubo nada que hacer, todo se tornó negro a su alrededor. Su cuerpo se quedó en el piso a los pies de su pareja con los grandes dedos grabados en la piel fina de su cuello, mientras el rigor mortis iba apareciendo poco a poco.

Cuando los amigos le escribieron para decirle que en verdad no había pasado nada entre Dee y el trajeado ya era demasiado tarde. O. no quería enfrentar a la ley, pero tampoco tenía el suficiente dinero para huir. Su único razonamiento fue esconderse en el sur de la ciudad mientras se calmaban las cosas, aunque en ese momento no fue consciente que en ese lugar acabaría siendo atropellado por un autobús de carga mientras la investigación seguía su curso y el cuerpo de Dee se descomponía en la fosa común donde él también terminaría en unas cuantas horas, rodeados de la misma oscuridad que los había perseguido desde el comienzo.

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