Antesala al Suicidio – Verónica Schennel Ottati



Esa mañana caminaba nerviosa por la casa, mis manos temblaban, mordía mis
uñas.
Me bombardeaban pensamientos que me generaban tristeza y temor.
Una ráfaga de imágenes transitaban en mi mente, escuchaba voces que
susurraban, tan nerviosa estaba que me sentí mareada y vomité.

Recibí la llamada de mi mejor amigo, él me escuchaba y simulaba entenderme,
él no se imaginaba lo que estaba por ocurrir.
Nadie podría saber lo que yo tenía en mente.

Escribí una carta, pero mis manos no dejaban de temblar.
Una carta de despedida, mi última carta, 
mi último adiós.

En esa carta explicaba los motivos de aquella decisión fatal, también le pedía
perdón a mis seres queridos, aquellos que en verdad me amaban y se preocupan
por mí,
aquellos que me llorarían y me extrañarían al momento de partir.
Definitivamente era la carta más difícil que me había tocado escribir.

La angustia y el miedo no me dejaban pensar con claridad, en ese momento la
única salida parecía ser la muerte.
La veía como mi única opción, mi aliada, mi salvación, un escape a los
problemas.

Pensé que acabando con mi vida desaparecería la tristeza, los temores, las
frustraciones…
Ya no sentiría más, ya no pensaría más…
Al morir, moriría todo aquello que me hace daño.

Sostuve entre mis manos unas pastillas,
miré la foto de mis hijos,
me arrodillé y empecé a llorar dejando caer al suelo aquellas pastillas.

Yo tenía que pensar en ellos, debía vivir por ellos,
mi muerte afectaría sus vidas.
Eran tan pequeños e inocentes, ellos no entenderían…

En ese momento comprendí, que mi vida es de ellos y que mientras haya vida
hay oportunidades de ser feliz.

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