Puertas abiertas
Mi madre me mandó a morir al mundo, al medio día me llamaba para desayunar,
preparaba una sopa instantánea. Miraba hacia arriba para encontrar su rostro, la
miraba a la cara y no la encontraba, no me veía,
su mirada está en otra parte, pasa el tiempo y no lo entiendo ¿por qué no me
veía? ¿Qué buscaba?
La escena fue dolorosa, ese mismo día llegué al colegio con una esperanza
menos, la cara y el corazón desgajados.
Me mandaron a morir un día que no conozco, iba a morir sin una sonrisa, sin una
caricia.
Todo era muy lento, el transporte avanzaba con desidia, sabía que llevaba a un
grupo de sentenciados, era un niño con las entrañas de fuera, era un niño que no
entendía que lo mandaron a morir.
La eternidad y el infinito fueron arrebatados de tajo,
de niño no tenía cartas para sortear el abismo, lo más hermoso de esa tarde era
mirar cómo el tiempo se hacía, se desvanecía, se terminaba.
Moríamos de a poco, el regreso fue en paz, el corazón se rompió muy temprano y
los restos no sirven para volver a vivir.