Descripción
«Algo pasó en ese momento, algo que hizo que mi rostro se iluminara. Entonces me dirigí sigiloso en dirección al ciego, él era mi salvación, era el único que me podía ayudar en tales circunstancias. Llegué en completo silencio, incliné la mirada hacia el tarro donde recibía la limosna, y, para sorpresa mía, en la parte superior estaba la moneda con la mancha de sangre, la que yo le había regalado. Con cuidado estiré la mano, la introduje dentro del recipiente y sujeté la moneda con la yema de mis dedos. Cuando creí que todo estaba solucionado, el hombre me agarró por el brazo y me sacudió con fuerza. Sentí la oscuridad de sus ojos penetrando en los míos. Me llené de terror; pensé que me iba a escupir, que me iba a reventar el tarro de las monedas en la cabeza y que me iba a acusar de ladrón, pero no, el hombre no hizo nada de eso, pasó todo lo contrario, en su rostro se fue dibujando una sonrisa tierna y luego me dijo con voz apacible, con aquella voz que había escuchado en otra parte, con la voz que el notario que no camina le había robado:Que Dios se lo triplique, buen hombre»
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