Descripción
El hombre, antes de ensimismarse en sus miedos y angustias, incluso antes de descubrir el amor y sus tormentosas bendiciones, fijó sus ojos en la naturaleza.
A ella acudió para representarla en las paredes de sus cuevas y narrar con afiladas piedras su diálogo mudo con la intención de preservar su relato. Después, las primeras civilizaciones supieron conciliar la atracción por la naturaleza y congeniarla con el universo de sus múltiples emociones. Sin embargo, en aquellas civilizaciones no quisieron deprenderse del misterio y la atracción de la naturaleza que les rodeaba, y depositaron en ella -árboles, ríos y montañas- mágicos poderes protectores, para que intermediara con el misterio de lo desconocido. Así, desde los poetas antiguos de China y del Extremo Oriente, como de Mesopotamia alternaban sus odas dedicadas a la intimidad con las que cantaban y celebraban la naturaleza, llegando incluso a convertirla en metáfora expresiva en sus composiciones. Una tradición, ese dialogo con la naturaleza, que árabes, griegos y romanos hicieron suyas, adaptada de acuerdo con su cultura y que se ha extendido a las nuestras.
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