“Virtual-Memory”

Fue hace dos años cuando la mujer de zapatillas altas y traje de luto apareció por primera vez en la puerta de nuestro hogar. Por su tarjeta, supimos que era una representante de las clínicas de más alto prestigio en todo el condado. Su carácter, más que profesional era frío, pero de cierta manera dejaba entrever un tono benevolente al hablar. «Contamos con los más avanzados sistemas de migración, tecnología de punta que no encontrarán en ningún otro lado, eso se los puedo asegurar» dijo, mientras nos mostraba una presentación con los nuevos diseños esquematizados que ofrecían una transición agradable para los pacientes.
En ese entonces, no nos encontrábamos en el mejor de los momentos, pero mi esposo estaba convencido que un paquete de memoria virtual era lo que necesitábamos en nuestras vidas. Desde el accidente, una cuantiosa cantidad de problemas familiares arraigados a situaciones del pasado salieron a la luz como grillos en la noche, pero, sobre todo, la relación con mi hija era cada vez más distante y su condición psiquiátrica no mejoraba. «Fue tu culpa mamá» me dijo aquella vez, en el auto de camino al hospital. El abuelo de Ana, mi padre, había fallecido. Las circunstancias eran complicadas, estábamos al borde del colapso y la mujer de zapatillas altas lo sabía. «Sé por lo que deben estar pasando, pero, perdónenme por el atrevimiento, en estos casos el tiempo es clave y tenemos que actuar antes que… bueno, que ocurra algo que no queremos».
Teníamos dudas, cierto. Un proceso tabú como lo era la transferencia de conciencia nos llenaba de preocupaciones y desconfianza de un futuro desconocido. Esta nueva tecnología, si bien había comenzado a florecer en el crisol de nuestra sociedad moderna, era problemática. Los mejores avances en la ciencia no habían podido dejar atrás los errores humanos e incluso con todas las promesas de las grandes corporaciones y los nuevos modelos de bio-androides de recepción, los incidentes no tardaron en darse a conocer. Los casos de locura ocasionada por los deseos intrínsecos de los familiares por mantener la personalidad de sus seres amados intacta eran cada vez más comunes. La mente humana no estaba echa para olvidar los malos momentos, pero, sobre todo, los traumas del pasado no eran un archivo que pudieses borrar a voluntad, te podían seguir incluso después de un cambio de cuerpo. «Ha habido… accidentes, sí. Lo sabemos. Pero han sido casos aislados y créanme cuando les digo que hemos mejorado el tiempo de adaptación para que tanto el paciente como sus seres queridos puedan asimilar todos estos cambios de manera paulatina. Se darán cuenta que este proceso no será más complicado que una mudanza. No obstante, debo decir que el procedimiento es bastante largo y cansado, pero contamos con un departamento de psicología que estará al pendiente de su caso y los ayudará en todo lo que necesiten».
Y entonces allí estaba, en la sala de espera de la clínica de reinserción de memorias. El lugar era bastante agradable, habían colgado algunas litografías de tonos coloridos que le daban un toque placentero, una música de piano sonaba de fondo, pero a un volumen lo suficientemente bajo para pasar desapercibida si no se le prestaba atención. En voz baja seguía repitiendo esas palabras que había estado ensayado por semanas. Estaba nerviosa pero lista para nuestra nueva vida.
Una puerta se abrió de repente y la mujer de zapatillas altas entró, usaba el mismo vestido que llevaba cuando la vi por primera vez.
— Adelante – Dijo.
Del otro lado de la puerta, en un cuarto con luz un tanto mas tenue, mi hija se encontraba tomada de la mano de mi esposo. Hice un gesto con para intentar llamar su atención y traté de sonreír de la mejor manera que pude.
—¿Esa es mi nueva mamá?— Preguntó Ana. Girando su cabeza en dirección a mi esposo.
-Sí hija, es ella. Saluda.

Alejandro Virgen