Descripción
La libertad sexual no es solo el legítimo deseo de la sexualidad, sino aún más la voluntad de la diferencia en el modo de ser y producirse de la realidad en su conjunto. En este sentido la negación de la homosexualidad es paradigmática, pues la condena del homosexual a la nada pues es la muerte o la nada, no lo ocultemos: es esta ejemplaridad dirigida a todos los públicos supone la negación de la diferencia por la diferencia, y solo por la construcción y el mantenimiento de una identidad buena y otra mala, una positiva y otra negativa, una correcta y otra desviada, en torno a una sexualidad que en realidad es neutra y nunca debió constituir el eje ni el motivo central de una representación que no puede cumplir lo que promete en ningún caso: en efecto, este largo y no tan antiguo invento de un sexo omnipresente y omnicomprensivo nacido a las faldas de nuestros religiosos y adoptado y crecido a los pies de nuestros falsos científicos de la mente en lugar del alma a la que quizá reemplaza y a la vez prorroga no puede mostrarnos quién es quién en la vida. Porque es una identificación válida únicamente para el poder o, más concretamente, para el poder que niega la diferencia y condena a elegir entre la muerte o la nada. O la vida sin libertad y bajo la esclavitud y la impostura. Pero ya es el momento de no tener que elegir entre el sexo o el amor divino, ideal, verdadero, que pretende representar a todos los amores frente a los que supondrían su mera copia y su burda falsificación: ya es el momento de no tener que elegir otra vez entre el sexo o la nada, porque nada es realmente la sublimación del amor o su mantenimiento en el reino de la ilusión como la realidad en lugar de la realidad que es su terreno y que aboca irremediablemente al desengaño. El momento de afirmarnos y distinguirnos de otra manera, también en nuestra heterosexualidad o en una heterosexualidad que por fin ha de ser nuestra o, simplemente, más elegida que impuesta. El momento del mundo. Realmente nuestra hora.
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