Descripción
«Los señores de la funeraria acaban de llegar. Aunque no los puedo ver, sé que son dos. Mientras cuchichean, arman el soporte donde van a poner mi ataúd. Lo están haciendo paralelo a la cama donde está mi cuerpo inmóvil. Terminan de cuadrar el soporte, acomodan el ataúd, abren la tapa y uno de ellos dice: «Ya está listo». Yo vuelvo a sonreír en vano puesto que nadie lo nota. «Solo espero que sea acogedor», pienso. Los dos hombres me cargan a pulso, me meten en el ataúd, levantan un poco mi cabeza, acomodan mi corona de cartulina envejecida y ponen una almohada debajo de mi cuello. Cierran la tapa grande y abren la pequeña. Mi hija Mayito comienza a sollozar, se acerca al ataúd y me habla a través de la ventanita de vidrio. «Qué dolor tan grande madre mía, qué va a ser de nosotros, de tus hijos, sin usted y sin nuestro hermano mayor». Aunque mi corazón ya no se mueve, siento como si se moviera. Pobres criaturas mías; huérfanos de padre hace veinticinco años, y ahora huérfanos de madre y de su hermano mayor que fue quien los terminó de educar. Necesito hacer algo para no martirizarme más, tengo que seguir recordando mi pasado»
Valoraciones
No hay valoraciones aún.