Descripción
«Había un misterio que no comprendía, pero del que estaba segura. Dios no había dejado de envolverla con su amor, sin que se diera cuenta, y a través de su obstinación, a través de su espíritu terco e interesado, un poco de aquel amor había persistido en ella y actuado como el sol que fecunda la tierra. Había nacido una flor que la pasión carnal no pudo marchitar, ya fuera ardiente llama o tormenta de colérica furia.Cristina había sido la sierva del Señor, una sierva indómita, caprichosa, adorando sólo con los labios en sus oraciones, hipócrita en el fondo del corazón, perezosa, negligente, desobediente, falta de perseverancia en sus empresas. Pero Él la había conservado a su servicio… y ahora aparecía el pacto que había aceptado sin comprenderlo… bajo la sortija de oro una marca secreta indicaba que era la sierva del Señor, de un rey que venía a ella en las manos consagradas del sacerdote para darle la libertad y con ella la salvación».
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