Descripción
«Los garbeos se estiraron hasta por las noches; días después, madrugadas enteras. En el día nadie los veía. Pero los escuchaban hablar de matrimonio, de hijos, de sueños. La gente se enclaustró en un leve miedo, fragores esquineros, sañudas ansias, planes. Amalia la vieron con la barriga crecida, a él, acariciándosela, cómplices las hendijas. La partera Ifigenia salió del rancho pálida del susto, la había traído a cambio de tiestos de barro para las matas. Atolondrado, cree tener un hijo con una muñeca de piedra, dijo cuando la gente le cayó encima a preguntarle.La noche surgió lenta, menos oscura, más cálida. La calle gemía, sin un solo suspiro. El bulto de gente se abalanzó sin aviso, sin tregua y fuetearon el rancho de Fausto a candelazos. Nadie gritó, nadie salió, nadie quedó. Una marea amarilla retuerce el pueblo. Desahogo de la gente».
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